La
trashumancia ha contribuido de manera fundamental a modelar las formas de vida
y cultura de muchas comunidades españolas, especialmente las de aquellas que se
han encontrado fuertemente vinculadas al fenómeno de las migraciones
pecuarias, bien como tierras de recepción de rebaños (Extremadura, La Mancha o
Andalucía), bien como pueblos de probada vocación cañariega, como los serranos
de La Rioja, León o Castilla.
Ciertas
uniformidades en el campo de la cultura no deben considerarse como simples
coincidencias casuales, sino como el fruto de una secular historia de
intercambios socioculturales habidos entre las comunidades pastoriles. En las
dehesas de invernada conviven durante seis o más meses al año, ganaderos de las
más variadas procedencias geográficas.
De
este trato prolongado han surgido unas relaciones profundas y afectivas que
facilitaban la intercomunicación abierta entre formas de vida y cultura
diferentes, pero en contacto, que acaban influyéndose mutuamente,
compenetrándose y amalgamándose de tal modo que se ha perdido la noción de su
origen inicial.
La
relativa homogeneidad del estilo de vida pastoril ha borrado los perfiles
genuinos de muchas formas de cultura compartidas por las regiones ganaderas.
Una misma canción de temática pastoril puede escucharse, con ligerísimas
variantes locales, en puntos muy distantes de la Península, sin que pueda, en
ocasiones, dilucidarse su primitivo origen cántabro, extremeño, astur, leonés,
riojano o soriano.
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